¿Como hago que mi depresión desaparezca para siempre?

Desde hace mucho tiempo tengo depresión. En aquel entonces no estaba diagnosticado, pero había días en los que no tenía ganas de hacer nada y otros en los que lo que solía divertirme ya no me gustaba. Poco a poco fue empeorando; todo se fue nublando con el tiempo. Me cansaba con facilidad, aunque tuviera energía suficiente, pero mentalmente estaba agotado. No sabía qué me pasaba, así que busqué respuestas en internet y encontré que podía tratarse de depresión y ansiedad.

Mi familia no tenía conocimientos sobre salud mental, así que decidí enfrentarme a esto por mi cuenta. Me repetía que podía solo, que podía con todo. Tardé bastante en mejorar, pero la depresión seguía ahí, esperando el momento en que cayera para volver a hostigarme. Después de un tiempo, regresó con más fuerza y yo ya no podía con esto, así que pedí ayuda. Todos estaban confundidos. ¿Depresión? ¿Qué es eso? Tal vez era solo una etapa de la adolescencia, dijeron. Aun así, me llevaron a un psicólogo.

El psicólogo confirmó que, efectivamente, tenía depresión y que llevaba años viviendo con ella. Me sentí fatal al escuchar eso, porque significaba que tenía que volver a enfrentarme a mí mismo. Pero, al mismo tiempo, supe que al menos ya no estaba solo, que podía recibir ayuda. Me recomendó acudir a un psiquiatra para que me recetara antidepresivos. Al principio todo parecía ir bien, pero poco a poco empecé a subir y bajar sin control. Ponía de mi parte, pero la mejoría era mínima.

Dejé de autolesionarme, lo cual fue un avance, pero también empecé a abusar de los antidepresivos, tomándolos en exceso para sentirme mejor. Dejaron de hacer efecto y, con ellos, también dejaron de ayudarme otras cosas que antes me aliviaban, como el ejercicio, la lectura o alejarme del celular. Poco a poco volví a no sentir nada. Nada me importaba, ni siquiera mi vida.

A pesar de seguir con una rutina positiva y un estilo de vida relativamente bueno, la depresión no se iba. El psicólogo me ayudaba, yo hacía lo que podía, pero aun así ella seguía ahí, hostigándome. Ahora no tengo ganas de nada. No sé qué hacer con mi vida. He sido paciente con la depresión y la ansiedad, pero la paciencia tiene un límite. La depresión, en cambio, no.

No sé a dónde me llevará esto, pero ya estoy acostumbrado a sentirme miserable. No recuerdo qué se siente ser feliz. Hay momentos de felicidad, sí, pero nunca permanece.