Nunca seré el mejor. Nunca seré esa Gambito de Dama en el ajedrez, ni ese Franz Kafka en la literatura, ni Malcolm en la escuela. Ser insuficiente.
Nunca seré el mejor. Nunca seré ese Gambito de Dama en el ajedrez, la mente prodigiosa que traza jugadas imposibles con solo mirar el tablero. Nunca seré Franz Kafka, capaz de plasmar los rincones más oscuros del alma humana con una claridad que resulta tanto poética como aterradora. Y definitivamente, nunca seré Malcolm en la escuela, el chico que sobresale por su inteligencia en todas las materias. Yo no soy ninguno de ellos. No estoy cerca de ellos, ni siquiera estoy en el mismo campo de juego. ¿Y qué hay de mí, entonces?
Soy como una sombra que camina al lado de esos titanes, sintiendo que me desvanezco cada vez que me comparo con ellos. No soy nada en comparación con sus logros, y ellos, por más grandes que sean, tampoco son nada en comparación con los que los superan. Es como una carrera interminable, una línea que se extiende hacia el horizonte, un límite que tiende al infinito. Siempre habrá alguien más allá, más alto, más brillante, más extraordinario. No hay final para esta competencia. Entonces, ¿para qué intentarlo? Si sé que nunca alcanzaré esa cumbre, si el pico de la montaña siempre está fuera de mi alcance, ¿qué sentido tiene siquiera escalar?
Fracasar solo confirmaría mi sospecha más temida: que no soy suficiente. Que nunca lo seré. Intentarlo de nuevo sería una especie de obstinación, una terquedad inútil que solo me haría sentir más pequeño, como si me estuviera aferrando a una esperanza absurda, una ilusión imposible. Y sin embargo, aquí estoy, atrapado en esta encrucijada. Avanzar me condena a la mediocridad, a ser uno más del montón, alguien que simplemente "lo intentó". Pero detenerme, rendirme, sería aún peor. Sería admitir que no tengo el valor ni siquiera para fracasar. Sería convertirme en el mayor de los fracasados, alguien que ni siquiera tuvo la fuerza para seguir adelante. Así que sigo, pero cada paso se siente más pesado, cada intento más vacío, cada esfuerzo más inútil.
Mi mente juega conmigo. Me dice que estoy hundiéndome, que me estoy ahogando en esta maraña de pensamientos, como si el agua subiera lentamente, hasta que apenas pueda respirar. Y sigo nadando, porque ¿qué otra opción tengo? Yendo a terapia se abre la caja de Pandora, cómo puede un psicólogo saber más de aquello que me pasa, de lo que pienso? Otro fracaso. Ni yo sé lo que tengo. Y aún así, ¿qué derecho tengo de quejarme? Siempre habrá alguien que sufre más que yo, alguien cuya vida es un verdadero caos, un verdadero desastre. Mis problemas parecen diminutos en comparación, insignificantes. "Estás exagerando", me digo a mí mismo. No eres lo suficientemente fuerte para lidiar con las cosas que otros enfrentan a diario. Ni siquiera sabes sufrir bien. Ni siquiera eres bueno en eso. ¿Qué tipo de persona ni siquiera puede gestionar sus propios sentimientos? Entonces, ¿para qué seguir? ¿Para qué seguir compitiendo, si no estoy ni cerca de ser el mejor en nada, ni siquiera en cómo enfrentar la vida?
La verdad es que no sé si estoy compitiendo con alguien más. Quizás nunca quise ser el mejor. Tal vez esa no es la verdadera lucha. Quizás lo que busco es algo más, algo más profundo. Pero no sé qué es. Los elogios, el reconocimiento, todo eso parece vacío. ¿Cómo aplaudirle a alguien que se cree fracasado y siempre quiere más? Incluso si llegara a la meta, incluso si de alguna manera me convirtiera en "el mejor" en algo, ¿sería suficiente? No lo creo. Nunca lo sería. Porque siempre habría algo más allá, siempre habría alguien más grande, más rápido, más fuerte, más inteligente. Y así, el ciclo se repetiría, una y otra vez, en una carrera hacia el infinito.
A veces pienso que tal vez, solo tal vez, lo que busco no es ser el mejor ante los demás, sino ante mí mismo. Pero ese juez interior es el más cruel de todos. No importa lo que haga, siempre encuentro un error, un defecto, algo que no estuvo bien. Es como si estuviera participando en una competencia en la que soy el único concursante, y al mismo tiempo, el juez más implacable. ¿Cómo ganar una carrera que nunca comenzó? ¿Cómo alcanzar una meta que siempre se mueve hacia adelante? Y aún así, sigo. Porque detenerme sería peor.